Cuenta la historia que
Perséfone era una joven muy hermosa,
hija de Zeus, padre de
todos los dioses y los hombres;
y de Deméter, diosa que
ofrece todos los años a los mortales las cosechas de la tierra.
Un día Perséfone,
mientras recogía algunas flores,
fue sorprendida por Hades,
quién se enamoró de ella a primera vista.
Hades, impulsado por el
lado oscuro de la pasión, la rapto y se la llevó a su morada.
Desde ese instante, se
quebró el orden establecido en el mundo, y Zeus tuvo que intervenir.
Taxativamente le ordeno a
Hades que devolviera a Perséfone a su madre.
Pero el dios del
inframundo sonrió astutamente,
pues le había hecho probar
a Perséfone unos granos de granada,
para que de ese modo
quedara atada definitivamente a los infiernos.
Así fue como Zeus impuso
la orden de llegar a un acuerdo:
Perséfone pasaría la
mitad del año junto a él y la otra mitad junto a su madre.
Así, cada primavera
Perséfone abandona la mansión subterránea,
y sube al olimpo a
encontrarse con su madre,
quién nos regala un
colorido manto de flores que cubren los campos y jardines.
Es la época de la
recolección de frutos.
Pero al llegar el otoño,
Deméter entristecida por la partida de su hija,
extiende su manto marrón
sobre la tierra.
Es la época de la
siembra.
¡Ay, Perséfone!
¿Alguna vez te preguntaste a qué lazo
de amor amarrarte?
Qué tierra arar...
Qué semillas sembrar...
Qué frutos recolectar...
Qué granos probar...
Qué flores recoger...
¿AZAR, DESTINO O ELECCIÓN?
Esa es la cuestión...
Tal vez,
se trate un poco de los tres...
No hay primavera sin otoño, ni otoño
sin primavera...
Pero hay ataduras sin
amor...no así amor sin atadura!
Que en cada primavera
florezca en tu tierra,
la alegría de un bello lazo
de amor,
también depende de vos!
B.C
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