Había llegado la noche del 24 de diciembre a un pequeño pueblo muy
pintoresco, ubicado al sur de Buenos Aires, y Papá Noel iba
arribando con sus dos simpáticos y laboriosos renos.
Ya cansados de tanto andar, pero siempre cumplidores y bondadosos con
su trabajo, los renos aterrizan rápidamente en una casa muy bonita,
de donde habían recibido tres pedidos muy especiales de tres niños
que vivían allí.
No había tiempo para perder, pero desafortunadamente, delante de la
puerta de la casa se topan con un lindo y buen perrito, que
rabiosamente comienza a ladrar y ladrar sin parar, gruñendo y
mostrando todos sus dientes, con un gesto muy poco amigable.
—¡Cállate
amigo! ¡Ya para de una vez por favor! Somos los renos de Papá Noel,
y tenemos que entrar a la casa para dejar los regalos que nos
pidieron los tres niños que viven aquí—
exclamó uno de los renos, presentándose, en un intento de calmar al
buen perrito.
—¿Tú
cómo te llamas?—le
preguntó el otro reno para generar confianza.
—Solo mis amos y amigos me
llaman Lassie, así que para ustedes con perro es suficiente. ¿A
estas horas de la noche piensan entrar a la casa? ¿Con permiso de
quién? Yo no tengo ninguna autorización para dejarlos pasar, y a mí
me cuidan y me dan de comer para que yo los proteja
incondicionalmente a esos tres niñitos que ustedes dicen que viven
acá; que dicho sea de paso, me gustaría saber cómo es que lo
saben—expresó el perro.
—¡Pero que perro gruñón,
joder! ¿No te das cuenta que venimos, como todos los años, a estas
horas de la noche, para que cuando los niños se levanten, encuentren
debajo del árbol de navidad los regalos que ellos nos pidieron, en
las cartas que nos enviaron?—dijo
el otro reno, ya un poco ofuscado y perdiendo la paciencia.
—¿Les pidieron regalos a
ustedes? ¿A ver, díganme, que les pidieron?—los desafió el perro
a los renos.
—El niño más chiquito nos
pidió palabras, el del medio nos pidió respeto, y la niña más
grande nos pidió amor—respondió uno de los renos.
—¡Vaya regalos! ¡Eso si que
suena bien, aunque un poco extraño! ¿Cómo es que le pidieron
palabras a ustedes, si ellos siendo humanos, teóricamente son los
usuarios exclusivos de las palabras? ¿Respeto? ¿Si teóricamente
hace millones de años, que están gobernados por un montón de
leyes, para ordenarse y diferenciarse de nosotros? Amor,
amor...controvertida y paradigmática palabrita. Si justamente los
afectos son el relevo de nuestro instinto
animal—cuestionó el
perro.
—Bueno, pero de
todos modos parece que algo no les está funcionando muy bien. En el
polo norte, nos han llegado lamentables noticias de situaciones de
mucha violencia, intolerancia, desprecio, irresponsabilidad, necedad,
egoísmo, maldad...
—Hey, hey, hey...acá
no me vengan con tantos ideales he, que el paraíso ya sabemos que en
esta tierra está perdido—lo
interrumpió el perro.
—¡Pero que perro rabioso que
resultaste! No somos idealistas. Sabemos muy bien que todo eso forma
parte de la miseria humana, pero convengamos que por momentos, al
menos nosotros, nos confundimos un poco respecto de cuál es el reino
animal y cuál es el reino humano. Púes, si no circula la palabra y
no hay respeto por las normas y entre las personas, no hay lugar para
el amor, y los afectos se pueden tornan en pasiones violentas que
suelen llevar a la peor destrucción...y entonces no hay mucha
diferencia con nuestro mundo
salvaje—concluyó
el reno.
—¡Madre mía! ¡Que reno sabio
que resultó tener Papá Noel!—exclamó sorprendido el perro—Mmmm,
puede ser que me estén
convenciendo. Está bien, pasen.
¡Pero cuidado con hacer
ruido, eh! A ver si se despierta algún niño y se asusta al
verlos—agregó
el perro.
—¡Ahí está! ¡Bien hecho
amigo! Ves que si conversamos como animales civilizados que somos, en
vez de que nos ladres como si fuéramos bestias salvajes, nos
entendemos un poco más. Pero
de todas formas, pensándolo un poco mejor, no vamos a dejar todos
estos regalos aquí—dijo
el otro reno, mientras iban entrando a la casa—vamos
a dejarles solo una parte, y repartiremos un poco de cada uno ellos
por las demás casas que seguro también les hace falta.
—¡Bueno, bueno, pero rapidito
he, que les queda mucho trabajo por hacer todavía, y la noche es
corta!—terminó
diciendo el perro, un poco contrariado entre la decepción y el
acuerdo con la decisión del reno.
A la mañana siguiente, los niños se levantaron y mientras iban
abriendo los regalos que les habían dejado los renos de Papá Noel,
festejaban alegremente por aquella parte de la caja partida que
faltaba en cada uno; ya que era señal de que sus regalos habían
sido compartidos, tal como ellos lo habían deseado, con un montón
de otros niños de ese hermoso pueblo, y seguramente también con un
montón de otros más, y tal vez no tan niños, de otras partes del
mundo.
B.C
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