lunes, 1 de enero de 2018

Fábula de Navidad: Los renos de Papá Noel y el perro guardián



Había llegado la noche del 24 de diciembre a un pequeño pueblo muy pintoresco, ubicado al sur de Buenos Aires, y Papá Noel iba arribando con sus dos simpáticos y laboriosos renos.
Ya cansados de tanto andar, pero siempre cumplidores y bondadosos con su trabajo, los renos aterrizan rápidamente en una casa muy bonita, de donde habían recibido tres pedidos muy especiales de tres niños que vivían allí.
No había tiempo para perder, pero desafortunadamente, delante de la puerta de la casa se topan con un lindo y buen perrito, que rabiosamente comienza a ladrar y ladrar sin parar, gruñendo y mostrando todos sus dientes, con un gesto muy poco amigable.

—¡Cállate amigo! ¡Ya para de una vez por favor! Somos los renos de Papá Noel, y tenemos que entrar a la casa para dejar los regalos que nos pidieron los tres niños que viven aquí— exclamó uno de los renos, presentándose, en un intento de calmar al buen perrito.
—¿Tú cómo te llamas?—le preguntó el otro reno para generar confianza.
—Solo mis amos y amigos me llaman Lassie, así que para ustedes con perro es suficiente. ¿A estas horas de la noche piensan entrar a la casa? ¿Con permiso de quién? Yo no tengo ninguna autorización para dejarlos pasar, y a mí me cuidan y me dan de comer para que yo los proteja incondicionalmente a esos tres niñitos que ustedes dicen que viven acá; que dicho sea de paso, me gustaría saber cómo es que lo saben—expresó el perro.
—¡Pero que perro gruñón, joder! ¿No te das cuenta que venimos, como todos los años, a estas horas de la noche, para que cuando los niños se levanten, encuentren debajo del árbol de navidad los regalos que ellos nos pidieron, en las cartas que nos enviaron?—dijo el otro reno, ya un poco ofuscado y perdiendo la paciencia.
—¿Les pidieron regalos a ustedes? ¿A ver, díganme, que les pidieron?—los desafió el perro a los renos.
—El niño más chiquito nos pidió palabras, el del medio nos pidió respeto, y la niña más grande nos pidió amor—respondió uno de los renos.
—¡Vaya regalos! ¡Eso si que suena bien, aunque un poco extraño! ¿Cómo es que le pidieron palabras a ustedes, si ellos siendo humanos, teóricamente son los usuarios exclusivos de las palabras? ¿Respeto? ¿Si teóricamente hace millones de años, que están gobernados por un montón de leyes, para ordenarse y diferenciarse de nosotros? Amor, amor...controvertida y paradigmática palabrita. Si justamente los afectos son el relevo de nuestro instinto 
animal—cuestionó el perro.
—Bueno, pero de todos modos parece que algo no les está funcionando muy bien. En el polo norte, nos han llegado lamentables noticias de situaciones de mucha violencia, intolerancia, desprecio, irresponsabilidad, necedad, egoísmo, maldad...
—Hey, hey, hey...acá no me vengan con tantos ideales he, que el paraíso ya sabemos que en esta tierra está perdido—lo interrumpió el perro.
—¡Pero que perro rabioso que resultaste! No somos idealistas. Sabemos muy bien que todo eso forma parte de la miseria humana, pero convengamos que por momentos, al menos nosotros, nos confundimos un poco respecto de cuál es el reino animal y cuál es el reino humano. Púes, si no circula la palabra y no hay respeto por las normas y entre las personas, no hay lugar para el amor, y los afectos se pueden tornan en pasiones violentas que suelen llevar a la peor destrucción...y entonces no hay mucha diferencia con nuestro mundo 
salvajeconcluyó el reno.
—¡Madre mía! ¡Que reno sabio que resultó tener Papá Noel!—exclamó sorprendido el perro—Mmmm, puede ser que me estén convenciendo. Está bien, pasen. ¡Pero cuidado con hacer ruido, eh! A ver si se despierta algún niño y se asusta al verlos—agregó el perro.
—¡Ahí está! ¡Bien hecho amigo! Ves que si conversamos como animales civilizados que somos, en vez de que nos ladres como si fuéramos bestias salvajes, nos entendemos un poco más. Pero de todas formas, pensándolo un poco mejor, no vamos a dejar todos estos regalos aquí—dijo el otro reno, mientras iban entrando a la casa—vamos a dejarles solo una parte, y repartiremos un poco de cada uno ellos por las demás casas que seguro también les hace falta.
—¡Bueno, bueno, pero rapidito he, que les queda mucho trabajo por hacer todavía, y la noche es corta!—terminó diciendo el perro, un poco contrariado entre la decepción y el acuerdo con la decisión del reno.

A la mañana siguiente, los niños se levantaron y mientras iban abriendo los regalos que les habían dejado los renos de Papá Noel, festejaban alegremente por aquella parte de la caja partida que faltaba en cada uno; ya que era señal de que sus regalos habían sido compartidos, tal como ellos lo habían deseado, con un montón de otros niños de ese hermoso pueblo, y seguramente también con un montón de otros más, y tal vez no tan niños, de otras partes del mundo.




B.C

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