No pudo seguir adelante sin ella.
Quedo congelada en aquella desoladora
montaña cubierta de nieve.
Con sus labios morados y sus ojos
secos, no pudo derramar las lágrimas de su desesperado llanto
interno.
El dolor que sentía en su pequeño
pecho no sabía si era porque se le estaban helando los pulmones, o
se le estaba partiendo el alma.
Aún hoy, cuarenta años después,
Christine la sigue buscando día y noche sin parar a su querida y preciosa muñeca Pepa.
B.C
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