Hace un poco de calor, aunque acá en el jardín está más lindo que
en el quincho. Creo que tengo la panza un poco llena, espero que no
me haga mal el balanceo. Comí vitel toné y ensalada rusa, con un
poco de tomate. Es mi comida preferida de estas noches.
Mi mamá y mis tías se levantaron de la mesa, y están yendo y
viniendo a la cocina; mientras los hombres siguen sentados, riendo y
tomando alcohol. Yo aproveché, porque todavía puedo hacerlo, y me
vine a la hamaca.
Ojalá que cuando sea grande y me toque a mi levantar la mesa, los
hombres que estén ahí sentados conmigo también muevan el culo...
¡Ay, perdón! Se me escapó una palabrota. Si me hubiese escuchado
mi mamá, diría:—Qué
hijita tan delicada que tengo...
O también:—Valeria, sos
una nena. No podes decir esas cosas.
En la escuela todavía nunca me enseñaron que hubiese un diccionario
para hombres y otro para mujeres...en fin, el asunto es que a veces,
aunque mi vocabulario no coincida con mi aspecto de niña; digo
algunas groserías. Creo que es lindo la fuerza con que suenan
algunas malas palabras.
Tampoco me he enterado que haya una guía instructiva del
comportamiento femenino y masculino para las tareas cotidianas, sin
embargo me voy dando cuenta que hay situaciones en las que los
hombres siempre se comportan de una determinada manera y las mujeres
de otra. Por ejemplo, mi hermano nunca hace la cama y nosotras
siempre tenemos que ordenar el cuarto. Que cosa rara, ¿no?
Me parece que ya lo dije, pero hace mucho calor y hay mucha gente
dando vueltas por toda mi casa. Siempre es lo mismo, en la Nochebuena
somos un montón, y estamos todos transpirados. A veces, incluso, se
corta la luz. Esas noches son las más entretenidas.
Una vez también pasó que no había agua, y tuvimos que ir a
festejar la Nochebuena a la casa de mi tía Silvia. El tema es que
hay que hacer todo rápido antes que venga Papá Noel. Y con ese
apuro, la gente grande se pone nerviosa. A mí solo me da un poco de
ansiedad, porque quiero que esté todo listo para que Papá Noel
pueda dejar los regalos sin que nadie lo vea; porque me dijeron que
si lo vemos, no los deja.
Aunque después, al menos en mi casa, Papá Noel vuelve a aparecer.
Nos saluda y nos regala caramelos. Para mí, es por eso que en todas
las Noches Buenas mi casa se llena de gente. Porque acá Papá Noel
viene dos veces. Primero nos deja muchísimos regalos, y después nos
da caramelos. Sin duda, el Papá Noel que viene a mi casa es el
mejor. Aunque mi amiga Clara también dice lo mismo que yo, que su
Papá Noel es el mejor, y que también los va a saludar y a
regalarles caramelos; además de dejarles los regalos que ellos
pidieron. La verdad que no entiendo muy bien cómo hace Papá Noel,
pero es un genio.
Me parece que están repartiendo helados. Ya debe faltar poco para
las doce. Voy a ir corriendo a buscarme uno de chocolate y vuelvo
corriendo más rápido todavía, así nadie me ocupa la hamaca y no
me quedo sin helado. Me encantan los helados, y están todos mis
primos que son una banda; tengo miedo que se terminen. Por suerte,
esta hamaca que hizo mi papá, como también nuestra casa que la
construyó con sus propias manos junto con mi abuelo, o sea el papá
de mi papá, o al menos eso es lo que mi papá me contó; está en un
rincón medio oscuro, entonces nadie la ve. Si voy y vuelvo rápido,
voy a poder seguir hamacándome todo el tiempo que quiera, hasta que
venga Papá Noel, y vuelvo a salir corriendo a buscar mi regalo.
Mmmmh, que rico. Es el de la heladería Riviera. Me dieron una
servilleta además del helado.
—Por si te manchas—me
dijo otra tía que tengo que se llama Adriana.
Pero yo nunca me mancho cuando
como helado. Me gusta tanto que lo como súper rápido, y no le doy
tiempo a derretirse. Entonces no me mancho, y tampoco desperdicio
helado. Porque yo la veo a mi hermana Laura que come el helado re
despacito, para que cuando nosotros lo terminemos ella todavía
tenga, y entonces nos goza. Pero la mitad del helado a ella le
chorrea por toda la mano y ensucia un montón de servilletas.
Entonces, al final, come menos helado que yo. Pero esto nunca se lo
dije, ni se lo pienso decir; así ella sigue convencida que lo que
ella hace es lo mejor.
—¿Qué estas haciendo ahí
solita, en ese rincón a oscuras?—me
preguntó mi tío Juan al pasar. Pero por suerte siguió su camino, y
no fue necesario que le respondiera. Estoy muy ocupada comiendo mi
helado como para encima tener que andar contestando obviedades.
A Papá Noel le pedí unos
rollers. Espero que me los traiga. Si me los trae, ya estoy lista
para patinar. Me puse las calzas rojas, para que no se me vea la
bombacha si me caigo. Aunque mamá quería que me pusiera un vestido
azul.
—Pero así estoy más cómoda
para patinar—le
expliqué. Se sonrió un poco, y me dejó vestirme como yo quería,
por suerte.
Voy a tirar el palito. Huy, está
sonando la campana. No tengo tiempo. Mejor lo dejo enterrado un
poquito en el pasto, y después lo tiro a la basura; total, Boby está
medio dormido, encerrado en su cucha para que no le hagan mal los
petardos, así que no se lo va a poder tragar.
—Vamos, Vale, que vino Papá
Noel—Me
dijo mi papá, estirando el brazo para que lo tomara de su mano.
Pegué un salto para bajarme de
la hamaca y me agarré enseguida de la mano de mi papá, porque así
está mucho mejor entrar al living de mi casa para buscar los
regalos; porque aunque yo ya soy grande y no le tengo miedo a Papá
Noel como mi primo Pablito, me resulta muy misterioso que Papá Noel
pueda entrar a mi casa sin tener la llave, dejar un montón de cajas
súper grandes y pesadas, y después irse súper rápido sin que
nadie lo vea. Mi hermano con mis primos más grandes, siempre están
ahí re cerquita de la puerta del living, y apenas suena la campana
ellos entran para ver si lo ven y nunca alcanzan a verlo.
—Vale,
tu regalo—me
dijo mi tía Silvia que es la que los reparte, con una sonrisa enorme
y abriendo mucho los ojos. Como si ella estuviera tan contenta como
yo.
Tuve que acercarme para que me
apoyara el paquete sobre las dos manos. Era re pesado. ¿Serán los
rollers? Qué alegría. Siiiiii. Son justo los rollers que yo le
pedí. Me los voy a poner. Ves que Papá Noel es un genio. Gracias,
Papá Noel.
Dejé las zapatillas por ahí y
me fui afuera, al pasillo de laja negra. Por suerte ya sabía cómo
se ponían los rollers, porque mi amiga Lucía tiene unos que me
prestó un día y me enseño a ponérmelos; así que ahora ya no le
tengo que pedir ayuda a nadie, y yo sola me los puedo poner.
Qué divertido, cómo me gusta
cuando viene Papá Noel. Es la mejor noche de todas las noches.
Huy, llegó Papá Noel devuelta,
y con los patines no puedo correr. Me los saco y voy por los
caramelos. No, mejor me trepó a este cantero porque no voy a poder
subir los escalones, y voy caminado con los rollers por el pasto;
total con tanta gente papá no me va a ver, porque si piso el pasto
con esto, seguro que me reta como lo reta a mi hermano cuando juega a
la pelota y le dice que así rompe todo el pasto. Lo siento por las
flores del cantero, mamá.
—Silvia,
¿dónde dejaste la campanita?—escucho
que le dice Papá Noel a mi tía Silvia. Que raro, ¿cómo conoce
Papá Noel a mi tía Silvia? ¿y mi tía Silvia tiene una campanita?
—¡Feliz
navidad!—me
dice Papá Noel mientras me da unos caramelos. No entiendo mucho lo
que pasa, pero los agarro. Quería agradecerle por los rollers y
mostrarle cómo me quedan, pero creo que estoy un poco confundida.
Ahí viene mi tía Silvia, y le
está dando una campanita a Papá Noel. Pero esa campanita es la que
tiene mi mamá en la mesita del living que está al lado de la
lámpara. ¿Y esa mano? Tiene el mismo reloj que mi papá, y es súper
parecida a la mano de mi papá. ¿Cómo puede ser que la mano de Papá
Noel sea tan parecida a la mano de mi papá?
Qué raro todo esto, creo que ya
no me está gustando tanto. Mejor me voy a sentar un rato a la hamaca
a comer los caramelos. Mmmmh, qué rico, me tocaron dos de frutilla
que son los que más me gustan.
Pero,
¿cómo puede ser que la mano de Papá Noel sea tan igual a la mano
de mi papá? Yo estoy segura de que esa mano es como la mano de mi
papá, porque por ejemplo cuando viajamos en avión a mi me da un
poco de miedo estar en el aire tan alto, y me duelen mucho los oídos;
entonces le agarro fuerte la mano a mi papá para que se me pase un
poco el miedo y el dolor. Y ahí yo veo que él tiene puesto ese
mismo reloj plateado. También cuando me dan inyecciones, que es
bastante seguido, con un remedio para que pueda respirar un poco
mejor; le aprieto un montón la mano a mi papá, porque odio que me
pinchen. Pero ahí no puedo ver nada porque cierro los ojos por la
impresión que me dan las agujas, y además veo todo borroso porque
lloro un montón.
Pero yo me sé de memoria la mano
de mi papá, porque algunas veces él me da un chirlo en la cola
cuando me peleo con mis hermanas, y otras veces me agarra un poco
fuerte del brazo cuando yo no quiero ir a la farmacia para que me den
las vacunas, o me saquen sangre, que es lo que más detesto de mi
vida. Parece que hago un poco de escándalo, me tiro al piso y
revoleo algunas patadas para no ir; pero mi papá tiene mucha fuerza,
y me gana. Él me dice que lo hace porque me quiere y me está
cuidando. Pero en esos momentos lo odio, porque no me gusta que me
agarren así, y odio que me pinchen. Aunque creo que eso ya lo dije.
Por suerte, después siempre hacemos las paces con mi papá; porque
si estoy peleada con mi papá, yo no me puedo dormir, y creo que él
tampoco. Entonces él viene a mi cama con Boby, cuando yo ya estoy
por dormirme, me da la mano, rezamos un padre nuestro y nos
perdonamos por el forcejeo mutuo que hacemos para que yo haga las
cosas feas que tengo que hacer, para que mi cuerpo funcione bien.
Evidentemente es así, aunque algunas cosas no nos gusten hay que
hacerlas para que se vaya lo feo y venga lo lindo. Algo por el estilo
me dijo mi papá cuando me operaron de los pulmones, hace poco, para limpiarme la infección que tenía por una neumonía.
Esa vez, como me iban a pinchar,
también le agarré fuerte la mano a mi papá, y entonces la mano de
mi papá fue lo último que vi antes de dormirme. Me acuerdo que yo
le quería decir a mi papá que lo quería mucho, por si me moría y
no lo veía más; porque pensaba que no me iba a volver a despertar.
—Te
voy a poner unas gotitas, y te vas a dormir—me
dijo el doctor. Pero yo no tenía sueño, y esa cama era muy incómoda
para dormirme; entonces era el doctor el que me iba a dormir, y yo no
sabía hasta cuándo el doctor iba a querer que yo este durmiendo.
Tal vez el doctor no me despertaba más. Y el maldito doctor me
durmió antes que yo pudiera decirle a mi papá que lo quería mucho.
Pero por suerte no me morí, y el doctor me despertó, y entonces le
pude decir a mi papá que lo quería mucho, y también por suerte, se
lo puedo seguir diciendo todas las veces que quiera. Aunque ese día
se lo tuve que decir mucho tiempo después de haberme despertado,
porque cuando me desperté estuve vomitando un montón, y vomitaba
los pedazos de ananá que había comido la noche anterior, con una
carne súper rica que me había preparado mi mamá; porque ella sabe
que a mi me encanta la comida que es un poco dulce. Creo que se llama
agridulce.
Ya me terminé los caramelos. Voy
a enterrar los papelitos al lado del palito del helado, para después
ir a tirarlos a la basura, y me voy a hamacar un poco.
¿Será que la mano de Papá Noel
es la mano de mi papá? Yo la recontra conozco a la mano de mi papá.
Es muy grande y muy fuerte, y se le notan un poco algunas venas.
¿Vale,
me das una mano?—me dice
algunas veces mi papá, cuando me pide a mí que le de una mano a él;
y
lo ayudo a tener un cuadro por ejemplo, mientras él clava un clavito
en la pared. Y entonces yo me siento re grande porque le doy una mano
a mi papá. Y cuando mi papá hace fuerza con la mano para clavar el
clavo en la pared, se le notan las venas. Y en una de las manos, mi
papá tiene el anillo de cuando se casó con mi mamá. Y la mano que
le vi a Papá Noel cuando me dio los caramelos, es igual; tiene el
reloj plateado y el anillo como mi papá.
¿Será entonces que Papá Noel
es mi papá? Porque no puede ser que haya dos señores con las mismas
manos. ¿Entonces fue mi papá el que me regaló los rollers? Creo
que me estoy sintiendo un poco triste, como cuando mi mamá me dice
que no puedo ir al colegio porque estoy con fiebre. Me voy a hamacar
un poco más fuerte, para ver si con el viento se me van estos
pensamientos tan feos.
¿Acaso Papá Noel no existe?
Porque si mi papá es Papá Noel, es que Papá Noel no existe, porque
entonces eso es un disfraz; y si es un disfraz es que es de mentira,
y si es de mentira es que no existe. Y si Papá Noel no existe, todo
esto es muy aburrido. ¿Y entonces ahora qué hago?
Creo que me voy a hamacar mucho
más fuerte todavía, porque estos pensamientos tan horribles no me
sueltan. Seguro que esto es una espantosa pesadilla y ya me voy a
despertar. Siento que estoy un poco mareada, me va a explotar la
cabeza y me duele el corazón. Pero no es como cuando me dolía el
pecho y entonces me tuvieron que operar de los pulmones; este dolor
es mucho peor.
¿Cómo puede ser que Papá Noel
no exista? Si yo veo a la gente grande que también se pone contenta
cuando viene Papá Noel. Es que si Papá Noel no existe es muy
triste, y esta noche que es la mas buena de todas las noches, no
tenemos motivo para festejar. ¿Por qué esta contenta la gente
grande entonces?
Quiero
gritar muy alto que Papá Noel no existeeeee. Pero van a pensar que
estoy loca. ¿Todos piensan que Papá Noel existe, menos yo?
Quiero hamacarme mucho más
fuerte, pero tengo miedo de salir volando. No voy a decir como Papá
Noel, porque al final si Papá Noel no existe, tampoco existen los
renos con los que vuela Papá Noel.
Entonces mi papá solo se
disfraza de Papá Noel, porque no puede ser que él sea Papá Noel;
con lo ocupado que esta siempre trabajando, no tiene tiempo para
encima leer tantas cartas y comprar todos los regalos que le piden.
Seguro que el papá de cada uno hace de Papá Noel por un ratito y ya
está.
Pero entonces, ¿no voy a
escribirle más la carta a Papá Noel pidiéndole un regalo? Unas
semanas antes que venga Papá Noel, me paso un montón de tiempo
pensando qué me gustaría que me trajera, y trato de acordarme si me
porté bien o mal para que Papá Noel me traiga lo que yo quiero.
Después la carta la escribo súper rápido, porque a mi me encanta
escribir y me sale súper bien.
Me parece que voy a dejar de
hamacarme. Me siento muy mal. Pero no es como cuando estoy enferma,
que tengo fiebre y me cuesta respirar. Me siento mal como cuando me
peleo con mi papá. Por suerte acá no hay mucha luz y entonces nadie
me ve, porque creo que se me está cayendo una lágrima.
Es que no sé qué hacer. Es como
cuando descubrí el truco de magia que hizo el mago Chancleta que fue
al cumpleaños de mi amigo Félix; o como cuando mis compañeros de
la clase explican los chistes para que todos los entendamos, y
entonces así el chiste ya no tiene gracia.
Además mi papá se va aponer
súper triste si yo le digo que yo ya sé que Papá Noel no existe, y
yo quiero seguir recibiendo los regalos de Papá Noel, y quiero
seguir festejando. Tal vez yo puedo seguir creyendo en Papá Noel
aunque ya sepa que no existe; y entonces se va lo feo, y viene lo
lindo, y pueden seguir habiendo muchas más noches buenas.
Creo que voy a hacer eso. Sí,
voy a seguir creyendo en Papá Noel y no le voy a decir a nadie que
yo ya sé que Papá Noel no existe.
Paré la hamaca, fui a tirar a la
basura el palito de helado y los papeles de los caramelos, y me fui a
patinar.
—Hola, Vale—me
saludó mi papá cuando llegué al pasillo de laja negra, acariciando
con su mano mi cabeza—Qué
buenos patines que te trajo Papá Noel.
Yo lo
abracé muy fuerte y patiné mejor que nunca. Por cierto, fue la
Nochebuena más buena de todas las Noches Buenas.
B.C