Fue
un jueves 18 de noviembre cuando perdí la oreja. Recuerdo que estaba
con mi hermana frente al
espejo del baño. Ella se lavaba los dientes, mientras yo me
maquillaba. De pronto, a mí se me cae una oreja. Intento agarrarla,
pero es en vano. La veo hacerse añicos contra el porcelanato gris
del piso, y la doy por perdida.
Recuerdo
que el corazón me latía muy fuerte. Automáticamente pegué un
grito y me aferre con fuerza a la mesada negra de mármol del
lavatorio, para no caerme. Levanté la vista buscando la mirada
cómplice de mi hermana en el espejo, y no pudimos contener la risa.
Sus
ojos celestes lo decían todo, y el rubor recién puesto en mis
mejillas ni se notaba ante la palidez que invadió mi cara.
Contrariamente a su extenso pelo rubio, mi corta caballera morena
dejaba todo a la vista.
—¡Ema,
te va a crecer otra oreja!—
exclamó alegre mi hermana. O al menos eso es lo que recuerdo haber
escuchado, ya que estaba un poco ensordecida por el acontecimiento.
Instantáneamente,
comenzó a crecerme una oreja nueva. Y en cuestión de segundos
nomas, ya estaba todo nuevamente en su lugar.
Claro,
no era la primera vez que me pasaba una cosa así. No es cosa de
todos los días tampoco, pero de tanto en tanto, eso me sucede. Desde
que tengo uso de razón, de vez en cuando a mí se me cae una oreja y
me vuelve a crecer otra nueva.
Nadie
sabe muy bien por qué me pasa eso. Visité médicos, científicos
expertos, brujos, curanderos, religiosos, y nunca tienen mucha idea
de lo que decirme. Para mí no hay explicación alguna, me pasa y
punto.
Ya
despidiéndome de esa oreja, pensé:
—¿Y
ahora qué?
Con
una oreja nueva, sabía que todo iba a ser distinto. Pero no tenía
ni idea de lo que venía y eso me asustaba un poco, a la vez que me
entusiasmaba bastante también. Me
acordé entonces que ese día por la mañana había recibido un
correo electrónico que en el asunto decía:
-Cosas
que te pasan si estás vivo...
Lo
abrí y en el cuerpo del mail indicaba:
-Si
estás leyendo esto, envía
la confirmación de recepción del mail.
Y
sin saber muy bien por qué, respondí:
-
Recibido.
El
asunto es que con cada nueva oreja, escucho cosas distintas. Por
ejemplo, con la primer oreja escuchaba las palabras dulces y tiernas
de mis papás. Con la segunda oreja, escuchaba las palabras de mis
maestros y la música clásica en las clases de baile. Con la tercer
oreja, escuchaba las palabras de mi primer novio, las interminables
charlas con mis amigas y las apasionantes clases de abogacía en la
facultad.
Por
eso, podríamos decir que lo que me sucede es más bien una
renovación de oreja. Pues, con cada oreja que se me cae hay una
nueva que me crece, y a su vez también algo nuevo que escucho y algo
que dejo de escuchar. Obviamente, seria imposible y terriblemente
enloquecedor escucharlo todo. Por lo tanto, cada oreja que se me cae
la doy por perdida.
Ahora,
la verdad es que debo confesar que el momento del cambio entre una
oreja y la otra, es bastante doloroso; pero son solo unos segundos,
y con el tiempo ya me voy acostumbrando.
—Es
la sexta, y cierto que esta vez le tocaba a la oreja derecha—
recuerdo haberle dicho a mi hermana aquella noche, mientras juntaba
con un trapo del piso del baño, los pedacitos de la oreja que se me
había caído. Por suerte, ni una gota de sangre.
—¿Llevas
la cuenta?— me preguntó sorprendida mi hermana.
—Bueno,
sinceramente creo que ya estoy un poco mareada— respondí.
Porque
claro, no siempre se me cae la misma oreja. Lo cual desde ya sería
cosa imposible, pues si se me cae una oreja y me vuelve a crecer otra
nueva, jamas va a ser la misma. Siempre va a ser otra distinta la que
se me vuelva a caer.
Pero
lo más curioso, es que una vez se me cae la oreja derecha y a la vez
siguiente se me cae la oreja izquierda; y así sucesivamente, de modo
alternado.
—¿Cuál
se te cayo primero?—
me preguntó mi hermana.
Lógico,
ella es tres años menor que yo. Por lo tanto, aún no existía
probablemente cuando a mi se me cayó la primer oreja.
—Eso
sí que no lo recuerdo— le respondí, después de pensarlo
un poco.
—Pero
supongo que está bien que así sea—
añadí.
Creo
hay cosas que son imposibles de recordar como modo defensivo. Porque
esa primera vez, sí que debe haber sido tremendamente doloroso y muy
horroroso. ¿O acaso alguien recuerda cuándo se le cayó el cordón
umbilical? Seguramente hay cosas que son necesarias conservarlas en
el olvido.
Entre
alegre, nerviosa y asustada, terminé de maquillarme luego de haber
tirado a la basura los pedacitos de oreja, y sonó la bocina de la
moto de Eimon. Un músico muy chulo, apenas unos años más grande
que yo, que había conocido la noche anterior por casualidad; como
suele pasar con los buenos encuentros. Yo tomaba una copa en el bar
de la vuelta de mi casa después del trabajo, y él tocaba
plácidamente su guitarra azul, ambientando con música jazz la noche del
lugar.
Enérgicamente,
un poco exaltada como suelo ponerme cuando estoy nerviosa, le dí un
beso grande a mi hermana, agarre la cartera roja que me combinaba con
los zapatos, la campera de cuero negra, y salí corriendo a su
encuentro.
La
noche con Eimon comenzó genial. Todo iba resultando perfecto. El
encuentro en la puerta de mi casa con un beso suyo que me rozó los
labios, el viaje en su moto con una brisa fresca que me acariciaba la
cara llevándose todos mis nervios, y el pequeño restaurante con
música jazz, por supuesto, al que habíamos arribado. Luz tenue,
mesas bajas con sillones, y comida flexiteriana. Hermoso. Parecía
una gran velada romántica.
De
pronto, durante la cena, la conversación se torno un poco rara.
Mientras Eimon me hablaba muy entusiasmado de su pasión por la
música, comencé a escuchar algo un poco extraño. Primero fue un
zumbido y después, unas risas que me contagiaban y me producían
muchas ganas de reírme. No lo podía evitar.
Al
principio pensé que era alguien del restaurante que se estaba
riendo, y me reí a carcajadas yo también. Pero después, como las
risas insistían, mire para ambos lados y solo había dos parejas más
sentadas en unos sillones, de las cuales una se estaba comiendo la
boca a besos y la otra estaba con los cachetes llenos de comida; por
lo tanto me di cuenta que solo yo escuchaba esas risas.
Enseguida
sospeche que era mi oreja nueva que tenía interferencia. No lo podía
creer. Esta oreja me había crecido fallada. Nunca me había pasado
una cosa así. O al menos, nunca me había dado cuenta de tener
interferencia en mis orejas.
Intenté
retomar el hilo de la conversación, pero volví a escuchar las risas
y me volví a reír. Y entre el jazz que sonaba muy bajo en el
ambiente, y mi risa que suena como un trompeta reverberando en la
cúpula del teatro colón, la pregunta vino de suyo.
—Disculpame
Ema,
¿Estás bien?, ¿De que te reís?—
me preguntó Eimon.
Lo
primero que se me ocurrió decirle fue que me acordé de un chiste, y
pasó. Pero claro, después de dos o tres veces, la situación
comenzó a incomodarme muchísimo y no sabía muy bien qué hacer.
Iba a pensar que estaba loca o que era estúpida. Fui varias veces al
baño para intentar acomodarme la oreja, pero no había forma. Seguía
con la interferencia.
Finalmente
le dije a Eimon que necesitaba volver a mi casa, y me llevó en su
moto sin hacerme demasiadas preguntas, por suerte. Ya en la puerta,
nos despedimos muy rápidamente, y entré corriendo a refugiarme en
mi guarida. Quería que pronto se termine esa cita.
El
me gritó mientras yo me iba:
— ¡Hablamos!
A
lo cual yo solo asentí con mi cabeza, sin pensarlo mucho, y lo
salude con la mano en alto.
Tenía
mucha bronca. La primera cita que realmente me interesaba después de
años de haber terminado con el idiota de Pedro, y me viene a pasar
una cosa así. Que injusto. Me di una ducha bien caliente, me tome un
té, y me fui a dormir.
Durante
los días siguientes Eimon me llamó por teléfono varías veces, me
envió unos cuantos WhatsApp, y no respondí a ninguno de sus
mensajes. Seguía sin saber qué decirle, porque la irrupción de las
risas en mi oreja aún continuaban.
Estaba
realmente contrariada conmigo misma. Cómo le explicaba una cosa así.
Pero a la vez, quería volver a encontrarme con él. La pasaba tan
lindo escuchándolo hablarme de música, contándome de sus anécdotas
en las bandas donde había tocado, los bares donde iba a cantar, el
disco que estaba grabando.
Imagínense,
yo los cinco días de la semana, ocho horas encerrada en un estudio
jurídico llena de papeles, yendo dos veces por semana, como mínimo,
a tribunales a revisar expedientes. Lo mejor que escuchaba a diario
era la música del teléfono sonar. Un aburrimiento existencial.
A
él sin embargo, le resultaba muy interesante el mundo del derecho.
Tal vez, porque era todo al revés que el suyo.
Pasadas
unas semanas, supongo que se dio por vencido y no intento más
comunicarse conmigo. De todas formas, yo no lograba sacarlo de mi
cabeza y fantasear con volver a viajar en su moto.
Pero
estaba paralizada. No me atrevía a afrontar semejante paradoja.
¿Decirle a un músico las cosas realmente extrañas que me pasan con
las orejas? Era obvio que como mínimo se me iba a reír en la cara,
y acto seguido, si te he visto no me acuerdo. Que vergüenza.
Estaba
muy apenada de mi misma, pero como dicen teóricamente que el tiempo
ayuda a olvidar, suponía que ya se me iba a pasar toda esa historia
adolescente de la chica correcta enamorada de un músico excéntrico; y Eimon
pasaría al cajón de los recuerdos.
Pero
no fue así. Después de unos meses, nos volvimos a encontrar, ya no
se si por casualidad, en el mismo bar de la vuelta de mi casa. Yo
tomaba una copa y él tocaba la guitarra. Y hoy, sábado dieciocho de
noviembre, estoy nuevamente esperándolo que me pase a buscar con su
moto, para ir a celebrar nuestro segundo aniversario. Pero esta vez,
en el bar donde él presenta su disco. Que por lo de más, me lo
dedicó especialmente para mí. Le puso por título: Happy New Y-ear!
Decidí
contarle la verdad. Tal vez fue el tornado de emociones que Eimon me
hizo sentir, lo que me empujo a tirarme por el precipicio. Me
arriesgue, y no me fue nada mal. Solo un poco de adrenalina mientras
tanto, pero luego el alivio fue instantáneo.
Le
conté todo desde el principio, con la naturalidad que esto tiene
para mi. Y luego le aclaré lo de aquella noche, explicándole que no
sabía muy por qué, pero aún persistían esas risas que por
momentos irrumpían en mi oreja.
Le
dije que ya lo estaba pudiendo disimular bastante, y que igualmente a
veces me resultaba muy divertido escuchar en algunos momentos esas
risas. Me cambiaban el ánimo y me hacían más alegre los días. Tal
vez, es lo que necesitaba para mi vida. No lo sé.
Recuerdo
que para mi asombro, las primeras palabras de Eimon fueron:
—¡Que
maravilla! ¡Eso sí que suena genial, eh!
No
me lo olvido más. Me causó tanta gracia la curiosidad que le
produjo a Eimon. Quería que le cuente detalles. Es lógico, después
de todo, entiendo que puede sonar un poco raro todo este asunto de la
oreja. Pero al fin y al cabo, es como los dientes, la única
diferencia es que no sé cuál va a ser la oreja definitiva; si es
que la va a haber, o más bien serían siempre orejas temporales o de
leche...
Al
menos mientras siga viva...
Por
suerte, luego para Eimon el asunto de mi oreja pasó a ser una mera
trivialidad. Y aquí seguimos, por ahora, yo con la misma oreja, que
por momentos tiene la misma interferencia. La pasamos muy bien cuando
estamos juntos. Nos reímos mucho, por supuesto. Y mi vida cambio
radicalmente.
Deje
el estudio jurídico, y ahora me ocupo de organizarle la gira a Eimon
para que presente su primer disco. Lo acompaño casi siempre. Ya
recorrimos cinco ciudades y está empezando a grabar el próximo
disco. Veré como sigo con mis asuntos laborales. Por lo pronto,
disfruto de esta increíble experiencia y de su bonita compañía.
Indudablemente,
ese músico chulo, excéntrico y original, que tocaba jazz con su
guitarra azul, ¡era para mi!. O al menos, eso es lo que ahora quiero
creer.
Lo
que aún me sigo preguntando, es si se me cae la oreja y entonces
luego me crece una nueva, o más bien al comenzar a crecerme una
nueva oreja, se me cae la vieja...
Supongo
que en cualquier caso, lo que importa es el recambio. Al fin y al
cabo, tal como me dijo Eimon aquella noche, seguramente debe ser muy
aburrido llevar puestas siempre las mismas orejas.
B.C