sábado, 18 de noviembre de 2017

UNA CARTA LLEGA SIEMPRE A SU DESTINO



Fue un jueves 18 de noviembre cuando perdí la oreja. Recuerdo que estaba con mi hermana frente al espejo del baño. Ella se lavaba los dientes, mientras yo me maquillaba. De pronto, a mí se me cae una oreja. Intento agarrarla, pero es en vano. La veo hacerse añicos contra el porcelanato gris del piso, y la doy por perdida.

Recuerdo que el corazón me latía muy fuerte. Automáticamente pegué un grito y me aferre con fuerza a la mesada negra de mármol del lavatorio, para no caerme. Levanté la vista buscando la mirada cómplice de mi hermana en el espejo, y no pudimos contener la risa.

Sus ojos celestes lo decían todo, y el rubor recién puesto en mis mejillas ni se notaba ante la palidez que invadió mi cara. Contrariamente a su extenso pelo rubio, mi corta caballera morena dejaba todo a la vista.

—¡Ema, te va a crecer otra oreja!— exclamó alegre mi hermana. O al menos eso es lo que recuerdo haber escuchado, ya que estaba un poco ensordecida por el acontecimiento.

Instantáneamente, comenzó a crecerme una oreja nueva. Y en cuestión de segundos nomas, ya estaba todo nuevamente en su lugar.

Claro, no era la primera vez que me pasaba una cosa así. No es cosa de todos los días tampoco, pero de tanto en tanto, eso me sucede. Desde que tengo uso de razón, de vez en cuando a mí se me cae una oreja y me vuelve a crecer otra nueva.

Nadie sabe muy bien por qué me pasa eso. Visité médicos, científicos expertos, brujos, curanderos, religiosos, y nunca tienen mucha idea de lo que decirme. Para mí no hay explicación alguna, me pasa y punto.

Ya despidiéndome de esa oreja, pensé:

    —¿Y ahora qué?
Con una oreja nueva, sabía que todo iba a ser distinto. Pero no tenía ni idea de lo que venía y eso me asustaba un poco, a la vez que me entusiasmaba bastante también. Me acordé entonces que ese día por la mañana había recibido un correo electrónico que en el asunto decía:
    -Cosas que te pasan si estás vivo...

Lo abrí y en el cuerpo del mail indicaba:
    -Si estás leyendo esto, envía la confirmación de recepción del mail.

Y sin saber muy bien por qué, respondí:
- Recibido.

El asunto es que con cada nueva oreja, escucho cosas distintas. Por ejemplo, con la primer oreja escuchaba las palabras dulces y tiernas de mis papás. Con la segunda oreja, escuchaba las palabras de mis maestros y la música clásica en las clases de baile. Con la tercer oreja, escuchaba las palabras de mi primer novio, las interminables charlas con mis amigas y las apasionantes clases de abogacía en la facultad.

Por eso, podríamos decir que lo que me sucede es más bien una renovación de oreja. Pues, con cada oreja que se me cae hay una nueva que me crece, y a su vez también algo nuevo que escucho y algo que dejo de escuchar. Obviamente, seria imposible y terriblemente enloquecedor escucharlo todo. Por lo tanto, cada oreja que se me cae la doy por perdida.

Ahora, la verdad es que debo confesar que el momento del cambio entre una oreja y la otra, es bastante doloroso; pero son solo unos segundos, y con el tiempo ya me voy acostumbrando.

—Es la sexta, y cierto que esta vez le tocaba a la oreja derecha— recuerdo haberle dicho a mi hermana aquella noche, mientras juntaba con un trapo del piso del baño, los pedacitos de la oreja que se me había caído. Por suerte, ni una gota de sangre.

—¿Llevas la cuenta?— me preguntó sorprendida mi hermana.

—Bueno, sinceramente creo que ya estoy un poco mareada— respondí.

Porque claro, no siempre se me cae la misma oreja. Lo cual desde ya sería cosa imposible, pues si se me cae una oreja y me vuelve a crecer otra nueva, jamas va a ser la misma. Siempre va a ser otra distinta la que se me vuelva a caer.

Pero lo más curioso, es que una vez se me cae la oreja derecha y a la vez siguiente se me cae la oreja izquierda; y así sucesivamente, de modo alternado.

—¿Cuál se te cayo primero?— me preguntó mi hermana.

Lógico, ella es tres años menor que yo. Por lo tanto, aún no existía probablemente cuando a mi se me cayó la primer oreja.

—Eso sí que no lo recuerdo— le respondí, después de pensarlo un poco.

—Pero supongo que está bien que así sea— añadí.

Creo hay cosas que son imposibles de recordar como modo defensivo. Porque esa primera vez, sí que debe haber sido tremendamente doloroso y muy horroroso. ¿O acaso alguien recuerda cuándo se le cayó el cordón umbilical? Seguramente hay cosas que son necesarias conservarlas en el olvido.

Entre alegre, nerviosa y asustada, terminé de maquillarme luego de haber tirado a la basura los pedacitos de oreja, y sonó la bocina de la moto de Eimon. Un músico muy chulo, apenas unos años más grande que yo, que había conocido la noche anterior por casualidad; como suele pasar con los buenos encuentros. Yo tomaba una copa en el bar de la vuelta de mi casa después del trabajo, y él tocaba plácidamente su guitarra azul, ambientando con música jazz la noche del lugar.

Enérgicamente, un poco exaltada como suelo ponerme cuando estoy nerviosa, le dí un beso grande a mi hermana, agarre la cartera roja que me combinaba con los zapatos, la campera de cuero negra, y salí corriendo a su encuentro.

La noche con Eimon comenzó genial. Todo iba resultando perfecto. El encuentro en la puerta de mi casa con un beso suyo que me rozó los labios, el viaje en su moto con una brisa fresca que me acariciaba la cara llevándose todos mis nervios, y el pequeño restaurante con música jazz, por supuesto, al que habíamos arribado. Luz tenue, mesas bajas con sillones, y comida flexiteriana. Hermoso. Parecía una gran velada romántica.

De pronto, durante la cena, la conversación se torno un poco rara. Mientras Eimon me hablaba muy entusiasmado de su pasión por la música, comencé a escuchar algo un poco extraño. Primero fue un zumbido y después, unas risas que me contagiaban y me producían muchas ganas de reírme. No lo podía evitar.

Al principio pensé que era alguien del restaurante que se estaba riendo, y me reí a carcajadas yo también. Pero después, como las risas insistían, mire para ambos lados y solo había dos parejas más sentadas en unos sillones, de las cuales una se estaba comiendo la boca a besos y la otra estaba con los cachetes llenos de comida; por lo tanto me di cuenta que solo yo escuchaba esas risas.

Enseguida sospeche que era mi oreja nueva que tenía interferencia. No lo podía creer. Esta oreja me había crecido fallada. Nunca me había pasado una cosa así. O al menos, nunca me había dado cuenta de tener interferencia en mis orejas.

Intenté retomar el hilo de la conversación, pero volví a escuchar las risas y me volví a reír. Y entre el jazz que sonaba muy bajo en el ambiente, y mi risa que suena como un trompeta reverberando en la cúpula del teatro colón, la pregunta vino de suyo.

—Disculpame Ema, ¿Estás bien?, ¿De que te reís?— me preguntó Eimon.

Lo primero que se me ocurrió decirle fue que me acordé de un chiste, y pasó. Pero claro, después de dos o tres veces, la situación comenzó a incomodarme muchísimo y no sabía muy bien qué hacer. Iba a pensar que estaba loca o que era estúpida. Fui varias veces al baño para intentar acomodarme la oreja, pero no había forma. Seguía con la interferencia.

Finalmente le dije a Eimon que necesitaba volver a mi casa, y me llevó en su moto sin hacerme demasiadas preguntas, por suerte. Ya en la puerta, nos despedimos muy rápidamente, y entré corriendo a refugiarme en mi guarida. Quería que pronto se termine esa cita.

El me gritó mientras yo me iba:

— ¡Hablamos!

A lo cual yo solo asentí con mi cabeza, sin pensarlo mucho, y lo salude con la mano en alto.

Tenía mucha bronca. La primera cita que realmente me interesaba después de años de haber terminado con el idiota de Pedro, y me viene a pasar una cosa así. Que injusto. Me di una ducha bien caliente, me tome un té, y me fui a dormir.

Durante los días siguientes Eimon me llamó por teléfono varías veces, me envió unos cuantos WhatsApp, y no respondí a ninguno de sus mensajes. Seguía sin saber qué decirle, porque la irrupción de las risas en mi oreja aún continuaban.

Estaba realmente contrariada conmigo misma. Cómo le explicaba una cosa así. Pero a la vez, quería volver a encontrarme con él. La pasaba tan lindo escuchándolo hablarme de música, contándome de sus anécdotas en las bandas donde había tocado, los bares donde iba a cantar, el disco que estaba grabando.

Imagínense, yo los cinco días de la semana, ocho horas encerrada en un estudio jurídico llena de papeles, yendo dos veces por semana, como mínimo, a tribunales a revisar expedientes. Lo mejor que escuchaba a diario era la música del teléfono sonar. Un aburrimiento existencial.

A él sin embargo, le resultaba muy interesante el mundo del derecho. Tal vez, porque era todo al revés que el suyo.

Pasadas unas semanas, supongo que se dio por vencido y no intento más comunicarse conmigo. De todas formas, yo no lograba sacarlo de mi cabeza y fantasear con volver a viajar en su moto.

Pero estaba paralizada. No me atrevía a afrontar semejante paradoja. ¿Decirle a un músico las cosas realmente extrañas que me pasan con las orejas? Era obvio que como mínimo se me iba a reír en la cara, y acto seguido, si te he visto no me acuerdo. Que vergüenza.

Estaba muy apenada de mi misma, pero como dicen teóricamente que el tiempo ayuda a olvidar, suponía que ya se me iba a pasar toda esa historia adolescente de la chica correcta enamorada de un músico excéntrico; y Eimon pasaría al cajón de los recuerdos.

Pero no fue así. Después de unos meses, nos volvimos a encontrar, ya no se si por casualidad, en el mismo bar de la vuelta de mi casa. Yo tomaba una copa y él tocaba la guitarra. Y hoy, sábado dieciocho de noviembre, estoy nuevamente esperándolo que me pase a buscar con su moto, para ir a celebrar nuestro segundo aniversario. Pero esta vez, en el bar donde él presenta su disco. Que por lo de más, me lo dedicó especialmente para mí. Le puso por título: Happy New Y-ear!

Decidí contarle la verdad. Tal vez fue el tornado de emociones que Eimon me hizo sentir, lo que me empujo a tirarme por el precipicio. Me arriesgue, y no me fue nada mal. Solo un poco de adrenalina mientras tanto, pero luego el alivio fue instantáneo.

Le conté todo desde el principio, con la naturalidad que esto tiene para mi. Y luego le aclaré lo de aquella noche, explicándole que no sabía muy por qué, pero aún persistían esas risas que por momentos irrumpían en mi oreja.

Le dije que ya lo estaba pudiendo disimular bastante, y que igualmente a veces me resultaba muy divertido escuchar en algunos momentos esas risas. Me cambiaban el ánimo y me hacían más alegre los días. Tal vez, es lo que necesitaba para mi vida. No lo sé.

Recuerdo que para mi asombro, las primeras palabras de Eimon fueron:

—¡Que maravilla! ¡Eso sí que suena genial, eh!

No me lo olvido más. Me causó tanta gracia la curiosidad que le produjo a Eimon. Quería que le cuente detalles. Es lógico, después de todo, entiendo que puede sonar un poco raro todo este asunto de la oreja. Pero al fin y al cabo, es como los dientes, la única diferencia es que no sé cuál va a ser la oreja definitiva; si es que la va a haber, o más bien serían siempre orejas temporales o de leche...

Al menos mientras siga viva...

Por suerte, luego para Eimon el asunto de mi oreja pasó a ser una mera trivialidad. Y aquí seguimos, por ahora, yo con la misma oreja, que por momentos tiene la misma interferencia. La pasamos muy bien cuando estamos juntos. Nos reímos mucho, por supuesto. Y mi vida cambio radicalmente.

Deje el estudio jurídico, y ahora me ocupo de organizarle la gira a Eimon para que presente su primer disco. Lo acompaño casi siempre. Ya recorrimos cinco ciudades y está empezando a grabar el próximo disco. Veré como sigo con mis asuntos laborales. Por lo pronto, disfruto de esta increíble experiencia y de su bonita compañía.

Indudablemente, ese músico chulo, excéntrico y original, que tocaba jazz con su guitarra azul, ¡era para mi!. O al menos, eso es lo que ahora quiero creer.

Lo que aún me sigo preguntando, es si se me cae la oreja y entonces luego me crece una nueva, o más bien al comenzar a crecerme una nueva oreja, se me cae la vieja...

Supongo que en cualquier caso, lo que importa es el recambio. Al fin y al cabo, tal como me dijo Eimon aquella noche, seguramente debe ser muy aburrido llevar puestas siempre las mismas orejas.



B.C


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